El don de la ternura
Tarde en la noche comenzó a nevar.
Los copos húmedos caían
más allá del cristal de las ventanas,
surcando el aire frío
ocultaban el resplandor de la ciudad.
Observamos un rato la tormenta
sorprendidos, felices, satisfechos
de estar allí y no en otro sitio.
Puse un leño en el hogar,
me pediste que regulara
el tiro de la chimenea.
Nos metimos en la cama.
Cerré mis ojos, de inmediato,
pero
por razones que desconozco
antes de dormirme
el aeropuerto de Buenos Aires
atravesó mi memoria.
Recordé esa tarde,
la temprana oscuridad, las sombras.
Reconstruí la escena:
volvió a mí ese paisaje desolado
donde flotaba un silencio sepulcral
interrumpido únicamente por el rugido
de las turbinas del avión que carreteaba
lentamente bajo una lluvia de granizo,
tan fin que lo confundimos con nieve.
En las ventanas de los edificios no había luz.
Un lugar realmente solitario.
Sólo pasillos abandonados, hangares vacíos.
No vimos una sola persona.
“Es como si todo estuviera de luto”,
fue tu comentario.
Abrí mis ojos.
El ritmo de tu respiración
me dijo que estabas profundamente dormida.
Te cubrí el cuerpo con uno de mis brazos.
Mis evocaciones
me trasladaron de la Argentina
a un departamento en el que pasé
un tiempo de mi vida, en Palo Alto.
No nieva en esa ciudad,
pero el departamento disponía
de un ventanal amplio desde donde
podríamos haber mirado por horas
la autopista que rodea la bahía.
La heladera estaba al lado de la cama.
Las noches calurosas, sofocantes,
cuando me despertaba con la garganta seca
sólo tenía que estirar el brazo,
abrir la puerta y dejarme guiar
por la luz interior
hasta el botellón con agua refrescante.
En el baño un pequeño calentador eléctrico
descansaba cerca del lavatorio.
Todas las mañanas mientras me afeitaba
calentaba agua en una vieja sartén,
el frasco de café instantáneo,
siempre a mano, en el botiquín.
Una mañana me senté en la cama
vestido, recién afeitado,
bebiendo sorbos de café caliente
intentando olvidar planes,
proyectos, todas esas cosas
que había decidido realizar.
Finalmente disqué el número
de Jim Houston que vive en Santa Cruz,
le pedí prestados 75 dólares.
Me contestó que estaba sin fondos.
Su mujer estaba en México por unos días.
Él ya no tenía dinero
no llegaba a fin de semana.
“Está bien,” le dije. “Te entiendo.”
Y así era,
no necesité explicaciones.
Hablamos un poco más y cortamos.
Terminé el café cuando el avión
comenzaba a elevarse
y yo desde la ventanilla miraba
por última vez las luces de Buenos Aires.
Después cerré los ojos
iniciando el largo regreso.
Esta mañana hay nieve por todos lados.
Hablamos sobre la tormenta.
Me comentás que no dormiste bien.
Te digo que yo tampoco.
Tuviste una noche terrible. “Yo también.”
Estamos tranquilos el uno con el otro,
nos asistimos tiernamente
como si comprendiéramos nuestro estado de ánimo,
las mutuas inseguridades.
Creemos adivinar los sentimientos del otro,
no podemos, por supuesto, nunca podremos.
No tiene importancia.
En realidad es la ternura la que me interesa.
Ese es el don que me conmueve, que me sostiene,
esta mañana, igual que todas las mañanas.
Raymond Carver
(EE.UU 1939-1988)
Poema perteneciente a Fires: recopilación de poemas, ensayos, cuentos.
Traducción: Esteban Moore
Extraído de Revista Zona Erógena, Pub. Universitaria.
Invierno’91. Nº 6
Otros enlaces sobre Carver en: El poder de la palabra, Maruska, sobre su poesía
10 may 2013
Raymond Carver: El don de la ternura
7 may 2013
El sueño (texto propio)
13 abr 2012
Silvina Ocampo: Ejércitos de la oscuridad. (2008) Sudamericana
"¿Qué poema original habremos escrito? ¿Quién lo habrá escrito?" (pp. 68)
"He descubierto que en un libro se puede esconder un cuento. Yo escondí uno en uno de mis libros. Después me arrepentí y fue inútil pretender que alguien lo leyera. Si lo publicara en una revista o en un diario, ¿alguien lo advertiría? Es un cuento que aprendió a esconderse, que sigue escondiéndose, y se valdría de otros textos para que nadie lo descubra. Si llevara un ilustración, los lectores pensarían que la ilustración pertenece a otro cuento. Yo no puedo protestar. Ya no es mío. Me ha abandonado." (pp. 69)
"Llenar un cuaderno con pensamientos -¿pensamientos?- es como llenar un vaso de agua para que otro lo tome, pero ¿le gustará a ese otro el agua? ¿Y acaso me la pidió? ¿Dónde encontraré un sediento? Aunque sea un vaso con el agua del río turbio, le agradará." (pp. 108)
"H.G.Wells, cuando le preguntaron su opinión sobre un asunto, contestó: 'No sé lo que pienso. Tengo que escribir un libro sobre ese asunto'." (pp. 119)
"El organismo tiene memoria: se enferma en ciertas horas, en ciertos lugares, en ciertas épocas del año. Es muy difícil que desaprenda lo que aprendió." (pp.121)
"A veces una gran desdicha o dicha protegen. Lo sé por experiencia. Una enfermedad me protegió de la muerte de alguien. Un gran amor me protegió de la muerte de otra persona." (pp. 122)
"Dame tus palabras para olvidarme de tu mano." (pp. 136)
Silvina Ocampo. (2008) Ejércitos de la oscuridad. Editorial Sudamericana: Buenos Aires.
Silvina Ocampo: Argentina, 28/07/1903 - 14/12/1993
12 abr 2012
Marguerite Duras: Escribir (2006) Tusquets Editores, Buenos Aires.

"No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo. Para abordar la escritura hay que ser más fuerte que uno mismo, hay que ser más fuerte que lo que se escribe." (pp. 26)
"Cuando un libro está acabado -un libro que se ha escrito, claro-, al leerlo, ya no podemos decir que ese libro es un libro que ha escrito uno, ni qué se ha escrito en él, ni en qué desesperación o en qué estado de felicidad, el de un hallazgo o de un fallo de todo tu ser. Porque, al fin y al cabo, en un libro, no se puede ver nada semejante. La escritura es uniforme en cierto modo, atemperada. Ya no sucede nada más en un libro así, acabado y distribuido. Y recobra la indescibrable inocencia de su llegada al mundo. (pp. 33)
Marguerite Duras
Marguerite Duras. Escribir (2006) Tusquets Editores, Buenos Aires.
Traducción: Ana María Moix
Marguerite Duras (Vietnam, 4/04/1914 - París, 03/03/1996) seudónimo de Marguerite Donnadieu, novelista, guionista y directora de cine francesa.
10 abr 2012
Julio Cortázar: Salvo el crepúsculo.
El nombre innominable
"Later in the night he saw, strangely, the picture of himself as he had been before she came. He thought: 'She has power to wake the dead."
Ella tiene el poder de despertar a los muertos. Ella tiene rostros y sombras y voces y tiempos diferentes, nombres que no serán nombrados o sí, o lo serán como en las estelas o en la fabulación de sueños no cumplidos. Pero quienquiera que sea o haya sido, tiene el poder de despertar a los muertos. Ella, Lilith, la de todos los nombres, la intercesora, la telaraña, Diana de las encrucijadas, ángel azul, final refugio de Peer Gynt, restañadora, lamia, madre de la historia.
Julio Cortázar
Julio Cortázar: (1987) Salvo el crepúsculo. Editorial Nueva Imagen: Buenos Aires, pp. 133-134
Julio Cortázar (Argentina, 26/08/1914 - 12/02/1984)
Isak Dinesen / Karen Blixen (Dinamarca, 17/04/1885 – 07/09/1962)